Delta Air Lines y su socia Air France-KLM han anunciado la reanudación del vuelo entre Valencia y Nueva York a partir de junio. Para los viajeros más literarios, esta metrópoli, inabarcable en todos sus ámbitos, esconde uno de los rincones más evocadores del planeta. El periodista ganador de un Premio Pullitzer George F. Will escribió en 1970: “Las ocho millas más valiosas de esta ciudad se encuentran en la esquina de Broadway y la Calle 12. Son las abarrotadas estanterías de la Librería Strand”.
Cuarenta años después, los anaqueles de Strand soportan 18 millas de libros, unos 28 kilómetros al cambio de ejemplares usados, nuevos, raros y firmados. Una distancia imposible de recorrer en sólo una vida. Con un poco de imaginación podríamos comparar a Strand con La Biblioteca de Babel de Borges, cuyos anaqueles “registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (…) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas”. Esta exageración sólo pretende dibujar en la cabeza del lector una librería tapizada por millones de volúmenes, que invita a perderse entre sus estantes por un tiempo indeterminado.
Este gigantesco baúl de libros nació en 1927 de la mano de Benjamin Bass; en la década de los 50 se hizo cargo de la librería su hijo Fred, que sigue al frente del negocio junto a Nancy, la tercera generación, a quien Fred atribuye la solidez de la empresa en un momento en el que las librerías independientes están sufriendo para adaptarse al nuevo escenario digital.
Strand ostenta el orgullo de ser una de las librerías de segunda mano más grandes de Estados Unidos y posiblemente del mundo. Parte de su éxito radica en conseguir libros baratos y ofrecerlos a un precio muy asequible. Aunque entre sus caóticas estanterías también residen huéspedes de lujo, como una primera edición del Ulises de James Joyce ilustrada por Matisse y firmada por ambos, que está valorada en 40.000 dólares (unos 28.000 euros al cambio).
Dice Gay Talese que “Nueva York es una ciudad de cosas inadvertidas. (…) una ciudad para los excéntricos, una fuente de datos curiosos” o simplemente una urbe de “raras maravillas”. En los círculos editoriales se suele comentar que es extraño que pase un solo día sin que se publique un libro protagonizado por Nueva York. Su capacidad para evocar es infinita; sus calles, como anaqueles abarrotados de historias, invitan a perderse por un tiempo indeterminado. Canta Billy Joel que Nueva York no es un lugar sino un estado de ánimo.
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