Frente a una cultura del ocio mercantilizada, consumista, irreflexiva y acrítica, diez locales de este barrio de Valencia hacen una propuesta alternativa que sea accesible a todo el mundo, contestataria, participativa y gratuita, y que se verá mañana en la iniciativa Benicaclet Entra.
Ocurrió algo así: Era antes de verano, Sebas, del café literario Kaf-café, estaba detrás de la barra. Se quejaba. Ese día había programadas en Benimaclet dos proyecciones, un concierto y varias actividades más. Todas a la misma hora, sin coordinación, y sin apenas publicitarse. Al otro lado le escuchaban Yorch, de Caixa Fosca, un colectivo de arte audiovisual formado por cuatro fotógrafos, y David, de la asociación cultural El Árbol. Sebas insistía: Benimaclet es un lugar con muchas actividades culturales, pero apenas se conocen ni fuera ni dentro del barrio. Era preciso hacer algo para focalizar toda esa energía, coordinarse, y dejar de entorpecerse unos a otros.

Actuación musical en el Kafcafé, uno de los locales que participan en Benimaclet Entra. Foto: Kiko Payá Guillén.
En un principio todo quedó ahí. Pero David hizo suya la reivindicación. Redactó una carta. Primero se la presentó a Sebas y luego la distribuyó a locales que, según él, compartían un mismo espíritu. Llamó a Yorch y este comenzó a crear una imagen gráfica de la iniciativa. Desde entonces se han realizado tres reuniones. Tal y como señala David, «al principio eran sólo cuatro personas». Pero poco a poco se fueron uniendo hasta un total de diez locales. Todas ellos con varios factores en común. En primer lugar, se trata de locales relativamente jóvenes, que funcionan en su mayor parte desde hace menos de dos años. La media de edad de las personas al frente está en torno a los 30. Y todos comparten una filosofía de espacio abierto. Es decir, no se trata de comercios con una programación cerrada que ofrece determinas recetas o productos culturales a unos clientes. Sino que son locales abiertos para que los propios asistentes organicen según sus propios intereses ciclos, exposiciones, presentaciones, conciertos, talleres o cualquier otro tipo de actividad. Casi siempre gratuitos o a precios muy asequibles.
De ahí que el nombre del primer resultado de las reuniones: Benimaclet Entra. Y sus apellidos: Benimaclet Es y Benimaclet Está. Una jornada de puertas abiertas que comenzará a las 10 horas de mañana sábado y terminará de madrugada, y en la que se sucederán talleres, teatro, música, clases, danza… En un total de diez espacios que incluyen los ya mencionados y otros como La Ola Fresca, En Babia, Los Italianos, Chico Ostra o Itamora Peluqueras. Todo ello, para reivindicar una ruta cultural alternativa y, lo que es más importante, para darse a conocer a las personas de fuera del barrio.

Una de las calles del centro histórico del barrio de Benimaclet de Valencia. Foto: Kiko Payá Guillén.
«Si viene alguien a la ciudad», explica Sebas, «siempre piensa en los mismos sitios: El Carmen, Russafa… pero no en Benimaclet». Su indignación se convirtió en perplejidad el día en que un miembro del Club de los Poetas, un centro de enseñanza de teatro, danza, cine y canto, acudió a una de las reuniones con una revista de ocio y cultura de Valencia. «No salía el barrio», recuerda. «No estaba. No se le veía en el mapa». La razones de este ninguneo son variadas. Sven, Yorch y Kiko, dan su propia versión. Están en la puerta de Caixa Fosca, tras proyectar la última película de un ciclo de cine dentro del cine. «No te enteras», señalan. Y culpan de esto a la descoordinación existente entre los propios locales que, en muchos casos, no se conocen entre sí.
Todos coinciden en el potencial creativo y cultural del barrio. Tomando la última semana de septiembre como referencia, hay programados tres ciclos de cine de autor, dos exposiciones, varias presentaciones de libros, lecturas y hasta cuatros conciertos, además de diferentes talleres o clases. «La comunidad de Benimaclet, a parte de ser joven (cuenta con una población de cerca de 5.000 universitarios) es muy abierta a otras formas de pensamiento«, señala Sabrina, de El Árbol. Lo dice en la entrada del centro cultural, en la que hay una exposición que ocupa la pared y parte de la sala, mientras se imparten una clases al fondo. “Esto hace que se presten a muchas cosas, a que sean creativos y acepten diferentes propuestas”.
No es que antes no hubiese cultura en el barrio. Es que ahora hay mucha, y muy variada. Durante las últimas décadas esta labor había recaído sobre todo en asociaciones barriales. Antonio, presidente de la Asociación de Vecinos de Benimaclet, la considera además «responsable». Esta eclosión podría deberse, según su punto de vista, a la inventiva de los vecinos y vecinas, que han tenido que buscar fórmulas alternativas ante la falta de una Casa de la Cultura, reivindicación histórica del barrio. Un tipo de cultura, señala, que «respeta y se hace respetar», y que, por ahora, es manejable. En el sentido en que no va reñida con el resto de derechos de los habitantes del barrio y estos pueden sentirla como propia. Y es que, en un momento en que la cultura está también mercantilizada y recluida al ocio irresponsable, acrítico y consumista, esta iniciativa parte de un modelo basado en la participación, la accesibilidad, y la gratuidad. Un factor que entronca con la tradición contestataria del barrio y que también podría ser una de las causas de su marginación.
Alejandro, del Col·lectiu Ameba, lo subraya. «No dejan de ser proyectos utópicos». A su lado pasan varias personas para ver una película en la sala de un local que, en dos días, servirá de escenario para un concierto. «Y eso en el fondo es problemático, tiene tintes políticos, porque este tipo de propuestas no tienen cabida en lo comercial».
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