Durante los quince días que duró mi ruta por el Norte de India aprendí que jamás, ni en mil años, llegaré a responder todas las preguntas que suscitó en mí este apasionante país asiático. Me quedo pues con lo vivido.
Es la una de la madrugada y un taxi nos espera en la entrada del aeropuerto. Subimos al coche, éste arranca y se incorpora a la circulación. Aparentemente no existe ningún tipo de norma vial pero hay una cosa que sí parece tener efecto, y es el sonido del claxon de los vehículos acercándose –peligrosamente- al tuyo.
A través de la ventana del coche contemplamos atónitas a decenas de personas hacinadas sobre lonas, durmiendo en el suelo. Mi mente no alcanza a comprender muy bien qué está recopilando, solo intenta digerir esas primeras instantáneas en la penumbra de Nueva Delhi. Comienza el viaje.
Ya es de día, hemos dormido cinco horas y tengo la sensación de que he llegado a un país en postguerra. Pese a que nos sabemos de memoria las recomendaciones de la Lonely Planet, caemos prácticamente en la trampa cada día. Pequeños timos que para nada suponen una gran pérdida para nosotras pero que, en cambio, sí marcan la diferencia para ellos.
A estas alturas ya somos conscientes de que nuestra integridad física no corre peligro, no es su juego. La picardía sí. Su gente es amable, atenta y extremadamente curiosa. Mochila a hombros y guía en mano, India empieza a cautivarnos.
Tras diez horas de viaje, estamos en Pushkar y hace una mañana preciosa, soleada. Esta pequeña urbe es un centro de peregrinación hinduista, una ciudad de gran magnetismo, ideal para realizar unas compras. Llena de color. El tiempo se detiene aquí, para retomar su acelerado pulso en Jaipur.
Caminamos entre la gente, mientras contemplamos con estupor la ingente cantidad de basura que se extiende en sus calles, desde excrementos animales hasta cualquier tipo de envoltorio de comida, plástico o papel.
Jaipur, al igual que Agra o Varanasi, son ciudades eminentemente turísticas gracias a sus impresionantes monumentos -Fuerte Ajmer y el Taj Mahal- y a su río sagrado, el Ganges, punto donde se realizan los crematorios.
Tan solo llevamos en India una semana, pero parece que haya pasado un mes. Esperamos sentadas sobre un banco de piedra la llegada del tren que nos trasladará de Varanasi a Nueva Delhi, de nuevo.
Es mediodía y la gente resiste como puede el calor pegajoso de agosto en el Rajastán indio. Se acerca una niña, de pequeños ojos marrones, que se lleva la mano a la boca indicándonos que tiene hambre. No debe haber cumplido los cuatro años pero sabe perfectamente lo qué es tener el estómago vacío.
A escasos metros la observa su madre, una mujer muy delgada de mirada desafiante. Ella trata de apartar sin éxito al menor de su prole, un niño de apenas un año que intenta desesperadamente engancharse a su pecho, también tiene hambre. Los tres son Dalits, Intocables, el último escalón en la jerarquía social india.
Una sociedad donde el contacto con un Dalit, hasta su sombra incluso, contamina a quien se le acerca. Un país que alcanzó su independencia en 1947, un estado puntero en software donde sigue vigente el sistema de castas. Un enclave que impacta y atrapa por igual. Un país de contrastes.
Comentarios
5 Responses to “Más preguntas que elefantes”
Gracias por hacernos caminar contigo por India, lindos relatos cargados de contenido que obligan a pensar….. Viajemos señor@s y de paso intentemos no quedar indiferentes!!!! Mojense!!!!
Muchísimas gracias Ester, ya sabes que caminando en línea recta no puede una llegar muy lejos.
Perdon! Este trasto no tiene acentos….
Con el tema de las castas aluciné hace años porque un amigo mío que estaba de profesor de Universidad en Estados Unidos tenía un compañero hindú que era profesor de Ingeniería Informática, éste estaba a malas con su familia porque por su casta debería haberse hecho militar y no informático. El sistema está vigente y madre mía…
En cuanto a lo que cuentas de la pobreza no me imaginaba que estuviesen tan mal, es el país con más desarrolladores de software del mundo, pensaba que algo de mejora habrían notado.
El caso Gabriel es que son 1200 millones de personas. Sí, cada vez hay más gente que tiene acceso a la sanidad, más niños que reciben educación, y una emergente clase media, pero aun así el lastre que supone el tema de las castas -bajo mi punto de vista- es insalvable. Y se puede ver a pie de calle. Como digo en el titular, he regresado de este país con muchas más preguntas que respuestas. Igualmente recomiendo la experiencia.