Camacho, el surrealismo se niega a irse

Una exposición en el IVAM para conmemorar el nacimiento del pintor Roberto Matta alimenta el error de bautizarlo como «último surrealista». El pintor Aldo Alcota y dos acompañantes viajan a París para descubrir los restos del movimiento, viéndose con Jorge Camacho, firmante del único cuadro que pintó realmente Matta. Eran…

Camacho, el surrealismo se niega a irse

Una exposición en el IVAM para conmemorar el nacimiento del pintor Roberto Matta alimenta el error de bautizarlo como «último surrealista». El pintor Aldo Alcota y dos acompañantes viajan a París para descubrir los restos del movimiento, viéndose con Jorge Camacho, firmante del único cuadro que pintó realmente Matta. Eran los últimos días de Camacho pero no del surrealismo.

'Las moradas subterráneas', obra del poeta Reinaldo Arenas y Jorge Camacho. Foto: Nonada.es

'Las moradas subterráneas', obra del poeta Reinaldo Arenas y Jorge Camacho. Foto: Nonada.es

De año en año, de lustro a décadas. Ese es el mecanismo de los aniversarios. Sin embargo, resulta imprescindible rescatar el acontecimiento artístico del que Valencia fue paisaje y cuyo telón se alzó hace seis meses. En febrero de 2011 el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) inauguraba con motivo del centenario del nacimiento de Roberto Matta una exposición de 32 pinturas en su tributo. Terminaba aquí para los medios la expresión del surrealismo en el arte. Se equivocaron al afirmar de Matta que era «el último surrealista».

La tutela de André Breton resultó decisiva durante la estancia de Matta en París. Igual que decisivo fue aterrizar en la alfombra del Sena en 1933 para conocer y entablar amistad con artistas como Dalí, Picasso o Duchamp. De París viajó a Nueva York como exiliado para ofrendar el decálogo del expresionismo abstracto americano e influenciar a obeliscos de la talla de Jackson Pollock o Ashile Gorki. Este último, con su baraja de individuos atormentados y máquinas eléctricas de arcillosa constitución reciente.

El pintor chileno Aldo Alcota compró uno de los catálogos de Roberto Matta en esa exposición conmemorativa celebrada en el IVAM. Sabía que no terminaba en aquí el surrealismo. Sabía que para encontrar la casi única rúbrica de Matta no era necesario que se aventurara entre sus lienzos, pues en París se encuentra ese cuadro que cuenta con su firma. Está firmado por Matta pero no es suyo; es obra de Jorge Camacho, la segunda hornada que André Breton (dueño del taller ‘El Ojo en Estado Salvaje’) decidió arropar bajo su axila. De ahí parte un viaje a París, pautado algunos meses antes desde el azar, para encontrarse con Camacho y con otro pintor dador de surrealismo, Carlos M. Luis, amigo del poeta José Lezama Lima y cubano como Lezama y Camacho, al que también le unía la amistad.

La pista parisina

'Collage del Ubú de Jarry', creación del cubano por Carlos M. Luis.

'Collage del Ubú de Jarry', creación del cubano por Carlos M. Luis.

En marzo, ya en una terraza parisina antes de las conversaciones, Carlos M. Luis obsequia a los viajeros con grabados de ‘Ubú Rey’ (Alfred Jarry, junto con el Conde de Latreaumont, son los precursores de esta apuesta onírica todavía no finalizada). M. Luis dispersa por el tapete cábalas y numismática a la manera que ya compartió con Lezama y Camacho. Le cuenta a Aldo Alcota que, desde sus 80 años, ha tenido noticias del estado de Camacho, muy débil y con 77 años artísticamente incrustados en el centro de la diana. Una de las dianas, pintadas por el propio Camacho. Entre los dos, destaca, existen casi únicamente vínculos artísticos como responsables de su amistad por años. En la isla, además de amistades compartidas ajenas al surrealismo como la de Lezama, queda la que fuera y ha sido nexo para los dos: un nexo no más fuerte pero sí más próximo al presente que el de Lima, llamado Reinaldo Arenas.

Camacho compartió trabajo con el poeta de Aguas Claras. Algo que contó un 17 de marzo a mediodía en su casa de París. Aldo Alcota lo inaugura en París con una llamada telefónica. La intención es marchar del hostal donde se hospedan, cerca de los almacenes Lafayette, hacia la residencia de Camacho. Atiende el teléfono su mujer Margarita, vinculada al pintor desde hace más de cuatro décadas y también pintora. En las circunstancias en las que se encuentra su marido juega más como recepcionista y filtro para los invitados. Todos quieren ver a Jorge Camacho; también los viajeros. Alcota le conoció en 2004 después de seguirle el rastro por las galerías de arte hasta dar con él en una misma jornada. Aquel encuentro es suficiente para lo reciba junto a sus acompañantes. A la manera del cortaziano ‘Manuscrito hallado en un bolsillo’, el Metro de París se convierte en un gran juego en el que encontrar la posición en el tablero del ojo de Camacho.

Escalón de la paradoja

Son las dos y media de la tarde. Los viajeros atraviesan el portal típico parisino que, sin embargo, cuenta con algo de la otra mitad andaluza donde Camacho descansa: algo de fáunica, de ave salvaje, como los paisajes casi gibraltareños en los que el Atlántico y el Mediterráneo se fusionan. Al entrar en la casa, el ecosistema muta. La sensación es la de estar en un lugar nuevo, en el escalón de la paradoja, donde la fusión de dos lugares da como resultado el nacimiento de un tercero. Esa es la casa de Jorge Camacho. En el salón las paredes están adornadas por originales de Miró, Henry Michaux y otras obras clave del surrealismo continuista como el bastón-falo de Jaques Benoît, con el que Camacho y él se dejaban ver y paseaban por los subterráneos de la capital francesa.

A la manera magnánima de los colosos, Jorge les recibe desde una butaca de aspecto abacial. Su mujer, conforme avanza la tarde, muestra algunas de las fotografías en las que ella y Jorge comparten enfoque con Breton, mantel con Lezama en La Habana o amistad con Reinaldo Arenas. Mientras, Camacho mastica un disco de plátano frito sin articular palabra. Sus fuerzas visibles están puestas en la mandíbula. El resto, ajenas a la enfermedad de la proteína que lo consume, comulgan en otro espacio para el resto inalcanzable.

'Collage de Jarry', obra del pintor chileno Aldo Alcota, afincado en Valencia en el momento del viaje a París en busca de Camacho. Foto: Nonada.es

'Collage de Jarry', obra del pintor chileno Aldo Alcota, afincado en Valencia en el momento del viaje a París en busca de Camacho. Foto: Nonada.es

Alcota le hace entrega de unos dibujos. Él responde con el regalo de la maravilla. Les muestra un libro desmontable, una caja en la que sus pinturas representan algunos de los versos de Lezama a los que Reinaldo Arenas brindó sus últimas reflexiones antes de morir. El techo alto de la casa está presidido por cubos de cristal, obra del propio Camacho y en los que su imaginario se despliega: son sus escenarios, los espacios en los que encontró el vacío para desarticularlo y ocuparlo con su selva. Les obsequia unas traducciones de Rimbaud, el libro ‘Sobre los astros’ de Arenas (de cuya obra tiene los derechos. La versión publicada por la editorial Point de Lunettes va acompañada, además, por sus dibujos) y también la visión del único cuadro que firmó Roberto Matta, que se trata paradójicamente de un cuadro pintado por Camacho.

El tiempo juega a la contra. Camacho se cansa. Los invitados deben irse y Camacho también, aunque eso todavía lo desconocen todos los presentes allí. El resto del viaje apenas importa. Tanto los últimos días en París como los primeros pulsos en el regreso a Valencia están impregnados del universo de Jorge Camacho para Alcota y sus dos acompañantes. Tres días después de haberse visto sorprendidos por la magia, M. Luis escribe para comunicar que Camacho se ha marchado. Aun habiéndose ido uno de los últimos, no se termina con él lo surreal. Se cumple medio año de ese encuentro y hay que procurarse, cuanto antes, las piezas necesarias para el juego de otra efeméride para el surrealismo.