La violencia contra las mujeres es una lacra que está presente en todos los estratos de la sociedad. ¿Cómo la sufre una mujer creyente?. La teóloga Lucía Ramón traza en ‘Queremos el pan y las rosas’ el papel histórico de una mujer que además de ser cristiana puede ser feminista.

La autora, Lucía Ramón, dedicando el libro a algunos de los más de 150 asistentes al acto. Foto: Nonada.es
Comienza este artículo con la muerta número 53 en lo que va de año. Hace apenas una década, que arranca el gráfico en nuestro país. Todavía hoy, en Europa, países como Austria o Alemania ni siquiera hacen recuento de víctimas. En el mundo, no llegan a 25 los países que saben cuántas mujeres fallecen, cada año como consecuencia de la violencia doméstica. Crudas las cifras, pero la crudeza arranca en los Orígenes; y ese origen, en nuestro caso, obedece a un calendario cristiano. Cuando una costra sangra así de fuerte, las atenciones a esa herida son múltiples. ¿Cómo vive una mujer, creyente, una lacra social como la violencia de género, sin que el manto de su fe sea un abrigo? ‘Queremos el pan y las rosas’, de Lucía Ramón, hila el papel intrahistórico de la mujer, desde la sumisión de las parábolas hasta esta realidad en la que se da ese posible, preguntarse qué hay de la mujer que además de ser cristiana es feminista. ¿Pueden reconciliarse los extremos? Pretende el libro forjar ese imán.
El freno legislativo al maltrato a las mujeres llegaba a España con la Ley 1/2004. «Un avance importante», asegura Rosa Guiralt, fiscal delegada de violencia de género de Valencia, durante la presentación del libro en La Nau de la Universitat de València. Un avance legislativo, contrario a una tradición que, ya con el bíblico éxodo de las mujeres, arrancaba a la contra de derechos equitativos para los dos géneros. La igualdad todavía no existe y, como cada cual debe asumir su fracción de responsabilidad, «es tiempo de que las iglesias reflexionen». El abanico de religiones, puede darse por aludido; pero en el caso de la Iglesia Católica, «debe pronunciarse y decir que [la violencia de género] es pecado», mantiene Guiralt.
Otro de los conferenciantes, Martín Gelabert, fraile dominico y laureado teólogo, debe aceptar que la iglesia resulta ser el problema, pero matiza: «también es la solución», al menos para las cristianas. Argumenta que las mujeres, «tratadas con crueldad, engendran opresores», de ahí que deba la institución reflexionar y que pueda contemplarse, desde esa omnipotencia, la realidad de hablar de un Dios Madre.
Para alcanzar la justicia propuesta por ‘Queremos el pan y las rosas’, dice Gelabert que hay que desdecir lo dicho desde casi la primera palabra en cualquier libro de la Biblia. «En el Levítico, libro de Josué, la mujer permanece impura durante 40 días si pare un varón y, en cambio, durante 80 si da luz una hembra». Una discriminación también laica, puntualiza: «Aristóteles, dice lo mismo» y en el siglo III «Tertuliano definía a la mujer como las puertas del infierno». Su discurso se reconduce hacia la autocrítica y recapitula recordando a San Agustín, quien «las confirmó más tarde como servidoras de sus maridos», y a San Pablo que todavía hoy las discrimina con su lectura los domingos.
La autora recoge el guante y aporta más detalles de su paseo por una de las caras más desagradables de la historia. Habla de un «pesimismo esperanzado» para la mujer que reivindica su «deber de estar en el lugar que decide» (refiriéndose a la cúpula eclesiástica) y que comulga al tiempo con la religión católica. Recupera la figura de Ana Orantes, asesinada en 1997, una semana después de que denunciara en Canal Sur 40 años de maltrato a manos de su pareja. De ahí nace la necesidad «de denunciar estas cifras escandalosas».
Escandalosas desde siempre, a la manera de «la esclavitud» y su espejo en «el racismo». «Igualdad y reconocimiento» reclaman sus páginas. Lo que queda es la invitación al compromiso y el detalle del poema ‘Mito’, de Gioconda Belli, una relectura del mito primitivo, ya desigual: Adán, la inteligencia, y Eva, la sensibilidad inferior.
Comentarios
1 Responses to “El feminismo cristiano condena”
Un punto de vista muy interesante para un problema de verdad para mucha gente. ¿Es posible hablar de la existencia de un feminismo cristiano mientras por el mismo sistema de la iglesia, una mujer nunca pueda ser Papa, Obispo, o simplemente sacerdote?