Una bodega que añora lo profundo

Las raíces de la vid no hunden en el estrato superficial. Necesitan profundidad para madurar la uva y lograr un vino con terruño. Un concepto complejo, que hace referencia al apego a la tierra, al cuidado del agricultor. Características que busca la Bodega Celler del Roure y su enólogo, Pablo…

Una bodega que añora lo profundo

Las raíces de la vid no hunden en el estrato superficial. Necesitan profundidad para madurar la uva y lograr un vino con terruño. Un concepto complejo, que hace referencia al apego a la tierra, al cuidado del agricultor. Características que busca la Bodega Celler del Roure y su enólogo, Pablo Calatayud, para definir la personalidad de sus caldos.

En el año 2000 comenzó a hacer vino una bodega con carácter revolucionario. Enclavada en el triángulo que forman Fontanars-Moixent-Font de la Figuera, Celler del Roure ha encontrado en este eje un lugar idóneo para dar alas a la creatividad de Pablo Calatayud, el responsable último de Maduresa, Les Alcusses, Cullerot y Setze Gallets. Vinos delicados y naturales, que nacen de viñedos con un rendimiento bajo por cepa, un dato secundario para una bodega que prioriza la calidad y la vincula a toda una filosofía del arte de vinificar.

Pablo Calatayud, enólogo y propietario del Celler del Roure, degustando su vino. Foto: Rafa H.

Pablo Calatayud, enólogo y propietario del Celler del Roure, degustando su vino. Foto: Rafa H.

Hace 20 años los viñedos de esta zona del suroeste de la provincia de Valencia fermentaban todavía vinos a granel para exportar. Una tendencia que comenzó a finales del siglo XIX y desembocó en la instalación de grandes bodegas cooperativas con una producción masiva que vendían a grandes multinacionales. Más interesados en la cantidad que en la calidad, los bodegueros de la zona introdujeron variedades de uva foránea, más productivas que las locales. La uva autóctona quedó en el olvido durante el siglo XX.

El empeño de Pablo es recuperar esas variedades que a punto estuvieron de perderse. Ha rescatado la desconocida uva mandó, una casta que ha incorporado a Maduresa, su tinto más reconocido. Maduresa 2003 recibió la bendición del gurú del vino Robert Parker, con un 93 de puntuación. Antes, Les Alcusses 2000, el segundo en el escalafón del Celler del Roure, también tinto, fue calificado por el influyente crítico estadounidense con un 91. Esta puntuación resultó un espaldarazo para unos vinos “que se vendían bien, pero que a partir de ahí se comienzan a vender muy bien”, resalta el enólogo.

Los depósitos de acero inoxidable ubicados en la bodega de elaboración. Foto: Rafa H.

Los depósitos de acero inoxidable ubicados en la bodega de elaboración. Foto: Rafa H.

En realidad esta puntuación fue un empujón para todos los vinos del Valle dels Alforins, ese triángulo dorado donde una docena de bodegas luchan por encontrar una tipicidad en sus vinos auspiciada por las especiales condiciones de clima y suelo de una tierra que algunos llaman la Toscana valenciana. “La zona está viviendo una revolución”, destaca Pablo Calatayud. “No está definida, estamos todos en pañales, cada uno buscando un camino, un perfil de vino, una forma de vinificar que se adapte mejor a nuestro clima, a nuestro suelo y a nuestra historia”.

La historia de la región dice que 500 años antes de Cristo los habitantes del poblado íbero La Bastida de Les Alcusses, situado en la ladera norte de la Serra Grossa, ya hacían vino. Los arqueólogos han encontrado en el yacimiento pepitas de uva, hoces para vendimiar e incluso una clepsidra. Entonces ya se tenía en cuenta la influencia lunar en los cultivos, un método que los especialistas del Celler del Roure también están investigando.

La bodega fonda empieza a criar uva tinta que se incorporará a Maduresa y Les Alcuses. Foto: R.H.

La bodega fonda empieza a criar uva tinta que se incorporará a Maduresa y Les Alcuses. Foto: R.H.

Entre las distintas líneas de investigación que la bodega desarrolla en colaboración con la Universidad Politécnica de Valencia, destaca la recuperación de las viejas tinajas de la ‘bodega fonda’ que alberga una finca con 40 hectáreas de viñedo que el Celler adquirió en 2006. Una galería subterránea con casi 100 tinajas de barro empotradas y perfectamente conservadas (de capacidades comprendidas entre 700 y 3.000 litros), que perteneció a La duquesa de Almodóvar. Existe documentación que indica que ya se elaboraba vino en estas ánforas en el siglo XVII.

Las uvas blancas del Celler de Roure se han criado en estas tinajas de barro desde las que ya se embotella Cullerot, un vino único con aromas minerales. Pocas bodegas en España pueden presumir de criar sus vinos en las profundidades. En la galería, a unos seis metros bajo tierra, ya se aprecia el potente sistema reticular de las cepas del Celler del Roure. Al igual que las raíces buscan los nutrientes, Pablo Calatayud explora los orígenes del lugar para dotar a sus vinos de singularidad y descubrir la tipicidad de les Terres dels Alforins. Un proceso que necesita tiempo. “En el vino –explica Pablo– todo es muy lento”.

Revolución también en el formato


El consumo de vino en España ronda en la actualidad los 10 litros por habitante al año. Hace 10 años esta cifra ascendía a 50 litros, y hace 30 años nada menos que a 70 litros por habitante anuales. Esta es una de las razones por las que el Celler del Roure ha puesto en circulación un vino de mesa, “para todos los días”, en envase de cartón. Setze Gallets es un reto más para esta bodega que apuesta por un envase asociado a vinos baratos.

Pablo Calatayud señaló el jueves en el acto de presentación de este vino (también comercializado en botella) que “España no se ha abierto a envases alternativos”. Sin embargo, el envase de cartón “pesa poco, ocupa poco y es muy fácil de usar”. Daniel Nebot, distinguido con el Premio Nacional de Diseño en 1995 y encargado del original diseño de las etiquetas y envases del Celler del Roure, lo tiene claro: “será la garrafita del siglo XXI”.