El 95% de las zonas de alta concentración de vertebrados en la Península Ibérica se encuentra fuera de la red de espacios naturales protegidos. Así de contundente se muestra un reciente estudio, que ha identificado los puntos calientes de biodiversidad en la Península. “El modelo actual de designación de espacios naturales es insuficiente”, apunta Pascual López, uno de los investigadores.
La conclusión del estudio Hotspots of species richness, threat and endemism for terrestrial vertebrates in SW Europe, que ha elaborado el Instituto Cavanilles de Biodiversdad y Biología Evolutiva de la Universidad de Valencia y el Centro Charles Darwin de la Universidad de Roma ‘La Sapienza’, publicado en Acta Oecologica, señala que no existe una “clara correspondencia” entre los diferentes puntos calientes (hotspots) de biodiversidad y la distribución de la red actual de áreas naturales protegidas.

Los hotspots de vertebrados, un 3,7% del suelo peninsular, están desprotegidos. Infografía: Agencia SINC
Según el biólogo del Instituto Cavanilles, esto se debe, entre otras cosas, a que la red de áreas protegidas se diseñó con criterios que tenían en cuenta unos pocos grupos de aves y mamíferos. Los anfibios, reptiles y peces no entraron dentro de ese 5% protegido. Además, explica que los paradigmas de conservación que se aplican en otras regiones, a modo de ‘islas de biodiversidad’ rodeadas de un mar de industrialización, “no tienen sentido” en la zona mediterránea.
“La particularidad de la Península Ibérica es que tiene un larga historia de integración de las actividades humanas y los ecosistemas naturales”, aclara el investigador. “Este hecho diferencial con respecto a otros puntos calientes del planeta, como las selvas ecuatoriales o los bosques tropicales, obliga a que no pueda entenderse la biodiversidad actual sin tener en cuenta el efecto que ha tenido la presencia humana y sus acciones sobre el medio a lo largo de los últimos milenios”.
El desarrollo urbanístico, la agricultura intensiva, los incendios y la gestión de los recursos hídricos han acelerado la fragmentación del hábitat. “No basta con delimitar unos pocos espacios y olvidarse de lo que pasa fuera de ellos, porque se transmite el mensaje equivocado de que lo que está fuera de la red de espacios protegidos es susceptible de ser transformado sin perjuicio de lo que pasa dentro”, agrega Pascual López.
¿Qué criterios serían entonces los idóneos para delimitar espacios protegidos? El investigador apuesta por “criterios estrictamente biológicos”. Aunque no siempre es así, dice. En ocasiones –y en el mejor de los casos– se imponen criterios culturales o paisajísticos. “El problema viene cuando los criterios se basan en intereses socioeconómicos, especulativos o políticos”, lamenta. Y pone como ejemplo algunos espacios de la Red Natura 2000 en la Comunidad Valenciana, “en los que se han producido extraños recortes, únicamente explicables por la voluntad de políticos locales, o porque se prefirió darle otro uso al suelo, por ejemplo, en función del Plan Eólico de la Comunidad Valenciana”.
Una frase que no se cansa de repetir Pascual es que “el medio ambiente no entiende de divisiones o fronteras políticas”. Parece obvio que el fin último debe ser la preservación de la biodiversidad. Sin embargo, en el estratificado sistema español suceden “situaciones curiosas” en los lindes autonómicos y provinciales. “Áreas que a un lado de la frontera se encuentran protegidas, mientras que al otro lado no existe regulación alguna que permita el control de las actividades”, critica.
El paradigma, entonces, para la conservación de la biodiversidad en la Península debe buscar un punto de convergencia entre las políticas de desarrollo rural y las medioambientales. Para Pascual, es necesario salir del modelo productivista: “un camino equivocado que a la larga repercutirá en la pérdida de biodiversidad” y, a su vez, de valores socioeconómicos, que “repercutiría negativamente en la economía general del país”, apunta el biólogo. Por otro lado, parece claro que hay que dejar de clasificar la biodiversidad entre las categorías ‘área protegida’ y ‘área no protegida’ y no lanzar a la sociedad “la idea equivocada de que todo aquello que no está dentro de un parque natural no tiene interés biológico”. La experiencia demuestra que el único paradigma posible pasa por un enfoque ecosistémico de los espacios naturales.
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