Rodolfo Navarro presume de multidisciplinar, como los artistas totales del Renacimiento. Este pintor, escultor y orfebre nacido en Llíria, es el único artista que ha conseguido colocar sobre la Gran Muralla China una pintura: un gigantesco mural de 1.000 m2. Una empresa sólo al alcance de los más tenaces, de aquellos que viven y mueren por su obra.
Concertamos la entrevista en la antigua Fábrica de Aceites de Valencia (un edificio restaurado de la avenida del Puerto), sede de una empresa que está decorando su vestíbulo con un mural de 50 m2 del artista valenciano (algunas de cuyas partes ya estuvieron expuestas en China). Al llegar a la puerta trasera de la fábrica me encontré a Rodolfo, al teléfono, vestido con un mono de mecánico. Comenzó a hablar de su obra sin dilaciones mientras andábamos a la búsqueda de un café tranquilo para reposar la entrevista. Me sugirió un Burger King, que encontramos cerrado. Nos decidimos por un bar de refritos con tragaperras y clientes que nunca se marchan.
El mural de la Fábrica de Aceites es “el ejemplo final”, dice, donde los cuadros de la Gran Muralla “encuentran su lugar definitivo y cierran el círculo de la idea, la realización y la comercialización final”. La idea, el concepto de relacionar entorno y obra artística, lo que Rodolfo denomina “interacción plástica”, nació durante su estancia en París, gracias a la Beca Erasmus que le concedieron en 1989. “Se me ocurrió colocar un cuadro de 50 metros cuadrados bajo la Torre Eiffel para que una parte de la ciudad de París fuera el marco de la obra”.

Rodolfo Navarro junto a una parte del mural expuesto en la antigua Fábrica de Aceites de Valencia. Foto: Rafa H
El artista valenciano ha ido perfeccionando este concepto desde entonces y lo ha plasmado donde le han dejado, dice. Las escaleras del Palacio de Fontaineblau en 1996, el Museo de Arte Moderno Schloss de Wolfsburg (Alemania) en 1997, el claustro de la Facultad de Teología de Valencia en 2002 o la Muralla China en 2008 han sido algunos de los emplazamientos que han albergado sus pinturas y esculturas, donde la figura humana se funde con la geometría y los colores primarios.
Rodolfo Navarro proyecta en un chalet de Llíria, donde vive con su mujer y sus cuatro hijas, su Torre de Marfil. Allí puede crear ajeno a las galerías y los círculos artísticos. “No soy un gran amante de visitar exposiciones ni de buscar influencias”, desvela el artista valenciano. Sólo nombra a Paul Klee por su “sutileza” y a Pablo Picasso por su “capacidad de trabajo”.
No hace falta preguntarle. Habla a borbotones, muestra libros, pinturas y fotografías, alecciona continuamente. Quizá forme parte de su carácter humanista, de su necesidad por abarcarlo todo, por hacerse un creador total, aunque él prefiere considerarse un “hacedor”. El ritmo de trabajo “exacerbado” que lleva se lo inculcó el escultor valenciano Rafael Pérez Contel, con quien entabló una relación maestro-discípulo digna del Renacimiento. A los 14 años ya tenía un estudio en el centro de Valencia y revela que la Facultad de Bellas Artes de la UPV, de la que no guarda buenos recuerdos, fue tan sólo “un paso más”.
Recientemente ha publicado una extensa novela de 600 páginas, ‘El cuadro sin sombra’, donde narra en primera persona la realización del inmenso cuadro en China. En sus páginas sobrevuela su minuciosidad por apuntar todo lo que tenga que ver con su obra y con sus “soluciones estéticas”. Según comenta, la mayor parte de lo que cuenta el libro es cierto. El relato de sus vivencias revela la veneración que Rodolfo siente por sí mismo, por lo que ha conseguido. En este fragmento explica el nacimiento de la interacción plástica:
“En una de las muchas ocasiones que subí a la Torre Eiffel –siempre por las escaleras y admirando sus remaches, reparaciones y ensambladas piezas de hierro– contemplé ‘Les Champs de Mars’ como quien admira un cuadro. La bidimensionalidad del paisaje me sacudió por entero. Descubrí que ese era un buen punto de vista para ver un cuadro grande, pero… “¿Cómo de grande?”. Bajé apresurádamente, con la idea burbujeando en mi cabeza. Dibujé algunos planteamientos básicos y me dispuse a medir –contándolos con un pie delante del otro– los nueve rectángulos de césped que hay frente a la famosa torre. Mis rápidos cálculos me dijeron… que aquello era inmenso”
Rodolfo Navarro tiene muy presente una frase que le dijo Pérez Contel cuando empezó a tomar forma la idea de la interacción plástica: “que nadie te desvíe de tu camino”. Desde entonces se concentra en su trabajo como pintor y escultor, en sus escritos, en poner en marcha todos aquellos proyectos que le dan rentabilidad. También está la pulsión (“uno pinta porque lo necesita”), el individualismo (“yo nunca he trabajado para nadie, el que tenga dos dedos de frente tiene que montárselo por su cuenta”) y algo que podríamos denominar ‘darwinismo artístico’ (“esta época lo que hace es limpiar, el que no vale no puede subsistir en el mundo del arte”). Nos despedimos de vuelta en el vestíbulo de la Fábrica de Aceites sin pomposidad, y prosiguió con sus lienzos, subido en una escalera de caracol, ajeno a los demás, concentrado en su obra, en su vida y en sus delirios renacentistas.
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