La Blanca es una ciudad maya engullida por la selva guatemalteca. Desde 2004 un equipo dirigido por los profesores de la UV y la UPV, Cristina Vidal y Gaspar Muñoz Cosme, respectivamente, intenta recuperar y restaurar estas ruinas sepultadas durante más de 1.000 años e implicar a los pobladores de la zona para que se comprometan con su protección.
Se trata de un pequeño yacimiento en el Departamento de Petén, en la región septentrional del país centroamericano, donde se concentran la mayor parte de los antiguos asentamientos mayas. Uno de los objetivos de este proyecto multidisciplinar, encabezado por investigadores de la Universitat de València, la Universidad Politécnica de Valencia y la Universidad de San Carlos de Guatemala, es averiguar qué clase de relación mantuvo La Blanca con los otros centros del entorno, en el ámbito político, ideológico y comercial. En noviembre el equipo regresará al asentamiento maya para continuar su labor y demostrar que la ciencia puede dirigir el conocimiento hacia un desarrollo más sostenible.
Además de los trabajos arqueológicos, el proyecto incluye una vertiente de cooperación con los habitantes de esta zona. “Son aldeas humildes que sobreviven con los recursos de la naturaleza. Cuando llegamos, detectamos una falta de identidad de los pobladores hacia su pasado. Algunos ni conocían las ruinas y para la mayoría eran un estorbo porque no podían cultivar ese terreno. Esto había desembocado en el descuido de las ruinas y en el expolio de sus monumentos para la recuperación de vasijas, máscaras y collares y su venta en el mercado ilícito de obras de arte, como ha pasado en muchos otros sitios arqueológicos mayas”, explica Cristina Vidal en una entrevista a la Agencia SINC.
El equipo, que incluye desde expertos en arqueología y arquitectura maya a especialistas en restauración, topografía, levantamiento arquitectónico, análisis de materiales, medio natural y cooperación al desarrollo, ha impartido talleres sobre protección del patrimonio, han formado a un grupo de pobladores locales como guías culturales y, con la ayuda de la UV, ha inaugurado un Centro de Interpretación para visitantes.
Según la profesora de la Universitat de València, “esto ha facilitado la llegada del turismo así como la vigilancia permanente de las ruinas al incorporar instalaciones para los guardas. Además, tras la visita, a los turistas se les propone comer en la aldea. Con estas acciones contribuimos al desarrollo económico de la población local, les animamos a ser emprendedores, involucramos a las mujeres y concienciamos a la juventud, especialmente a los niños. ¡Ahora todos quieren ser arqueólogos!”.
Cristina Vidal, que lleva desde 1988 trabajando en proyectos sobre la cultura maya en México y Guatemala, explica que lo más relevante de La Blanca es su excepcional arquitectura y se cuestiona cómo pudieron levantarse semejantes construcciones en un asentamiento urbano de carácter secundario, hasta el punto de rivalizar con los de Tikal, una de las grandes capitales de la civilización maya precolombina, cuyo yacimiento se encuentra, al igual que La Blanca, en la región de Petén.
Colapso de la civilización clásica maya
“Excepto dos pequeños templos piramidales, la mayoría de las construcciones son de naturaleza administrativa y residencial. Nuestra hipótesis es que la ciudad se fundó en este enclave estratégico para controlar el tráfico fluvial. El gobernante debía además impresionar a los súbditos de la región que fueran a entregarles su tributo. Hemos descubierto una gran plaza que tenía una cabida para 20.000 personas, que son muchas para la época, varios palacios alrededor de ella y otros edificios que cuando la ciudad fue abandonada se encontraban en plena remodelación. Los mayas estaban engrandeciendo su ciudad cuando sobrevino la crisis del Clásico Terminal y algunas construcciones se quedaron sin terminar. No es habitual encontrar estas huellas del momento final de ocupación de una ciudad, justo antes del llamado tradicionalmente colapso de la civilización clásica maya (en el siglo X d.C.). Los mayas no llegaron a desaparecer pero sí abandonaron sus ciudades y su sistema tan jerárquico y sofisticado para recuperar formas de vida más sencillas”, revela.
A medida que avanzan las excavaciones y el trabajo de laboratorio, que se lleva a cabo en una casa de la isla de Flores, en el Lago Petén Itzá, a dos horas del yacimiento, los restos materiales alumbran la vida cotidiana de La Blanca. Los grafitos plasmados en los muros, los vestigios de pintura mural con pigmentos de lujo importados demuestran que esta ciudad maya gozó de un gran esplendor entre los años 850 y 1.000 d.C.
Pero esto no acaba aquí. Cristina Vidal, que lleva desde los 14 años trabajando en proyectos arqueológicos, reconoce su amor por la cultura maya y destaca la gran cantidad de incógnitas que quedan aún por resolver. “A diferencia de los incas y los aztecas, los mayas no eran un impero con un única capital, sino que tenían reinos y cada reino, una capital. Por eso, toda el área maya está llena de ciudades, muchas de ellas todavía escondidas en la selva y desconocidas por la comunidad científica. Todavía es posible descubrir antiguas ciudades mayas aún sepultadas en la espesa selva tropical”. El sueño de todo arqueólogo.
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