Miguel Noguera pasea por la calle como lo hace por el teatro. Con una mezcla de despiste y de tener la cabeza cociendo ideas a fuego de leña. De negro y en vaqueros. Entre la abstracción del silencio y el arranque violento. Traslada en su ‘Ultrashow’ y en sus libros ideas que parten de la realidad para convertirse en esperpento.
No se descubre a simple vista si el sujeto que se sube frente al público es el mismo que toma fotos de objetos cotidianos o desayuna en el bar de la esquina. El que verbaliza las ocurrencias que traza con el bolígrafo o el que se pierde entre los bastidores de una sala de barrio.

Noguera, en plena efervescencia durante el ‘Ultrashow’. Foto: Zemos 98.
Es difícil saber quién es este cómico nacido hace 35 años en Las Palmas de Gran Canaria. Sus referencias virtuales son limitadas. Pero es capaz de reunir entre las butacas a una tropa de fieles, e incluso al príncipe Felipe y la princesa Leticia, aunque él no lo sepa hasta el final de su actuación. Y termine de creérselo sólo cuando los herederos al trono le saludan en persona. Todos esperan sus disparates entre la risa y el espanto. En cuanto a su pasado, echa una mano: “Nací en Las Canarias, pero a los tres años me fui a Mallorca porque mis padres se separaron. Allí viví hasta los 18, que empecé la universidad en Barcelona”. Poco a poco va hilando trozos de su biografía tal como enhebra la trama del ‘Ultrashow’, el espectáculo que representa desde hace ocho años en la ciudad condal y que ha llevado a otras ciudades como Madrid, donde actuará en el teatro Alfil hasta mayo.
«Es inevitable no asemejarme a Carlos Pumares. Quizás Chiquito de la Calzada», destaca Miguel Noguera
“Al final termino explicando el ‘Ultrashow’ siempre de la misma manera: una selección de ideas que vienen de mi entorno y responden a un registro propio”. Un resumen tan genérico como el que puede hacer cualquiera después de verlo. Porque definir este espectáculo requiere mímica, gritos y grandes dosis de surrealismo. Todo atado a una realidad cotidiana conectada con lo más profundo del mecanismo neuronal. “Me ciño a lo material”, continúa, “la mayoría de ideas vienen de lo sensorial, de un equívoco”. De esta fortuita manera se le ocurre desde una escuela de artes marciales para gatos hasta una pistola apta para fumadores.
Hora y media frente a una página donde anota la escaleta de sus ocurrencias. “Caben entre treinta y cuarenta que van cambiando con periodicidad, pero hay unas cuantas que son fijas, como si fuera el equipo titular”, responde este licenciado en Bellas Artes que se forjó en los escenarios catalanes y que ya ha escrito tres libros y ha participado en ‘Extraterrestre’, la segunda película de Nacho Vigalondo. “No puedo decir que tenga carrera como actor. El personaje existía ya, pero se adaptó para que encajara conmigo. Si hago algo de cine es por amistad”, justifica.
A sus espaldas, Miguel Noguera también cuenta con tres libros publicados, ‘Hervir un oso’ (junto a Jonathan Millán), ‘Ultraviolencia’ y ‘Ser madre hoy’. Todos publicados secuencialmente de 2010 a 2012 y que complementan en dibujos ese rincón cerebral desde el que se desprenden chispazos de absurdidad humorística. “La distinción de ambas facetas es intuitiva. En los libros es más sutil. No hay presión”, añade.
La mezcla de monólogo y alusiones improvisadas hacen del ‘Ultrashow’ un espectáculo inclasificable. No apto para audiencias acostumbradas a la secuenciación, el tempo de aplausos y el clímax final. ¿Referencias? “No tengo un proceso artístico determinado, unas estructuras enmarcadas en unas barreras. Eso es muy liberador”. Cuando busca influencias le cuesta pensar en alguien en quien se haya basado. “Aparece muchas veces Carlos Pumares, con el que es inevitable no asemejarme. Quizás Chiquito de la Calzada”, apunta. “A ninguno se le puede juzgar. Por un lado son denostados como bufones, pero tienen un código propio. Son como Cañita Brava, al que no le puedes decir que no haga lo que hace”, sonríe mientras prepara la entrada al escenario. Lo hace igual que pide una botella de agua a la barra: de negro y en vaqueros, distraído y amable, absorto y atento. Sin dejar al descubierto al cómico estridente del escenario o al ciudadano empeñado en escrutar la letra pequeña.
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