«Es bueno que un niño aprenda que los libros no son objetos de usar y tirar»

Begoña Lobo y Vicente Ferrer son muchas cosas diferentes según el momento en que les pilles. Pero desde hace 18 años son Media Vaca. Una editorial que, por hacer las cosas con normalidad, se ha convertido en algo excepcional

«Es bueno que un niño aprenda que los libros no son objetos de usar y tirar»

La sede de la editorial Media Vaca es su propia casa de Valencia. Allí viven, trabajan, almacenan y distribuyen las más de 60 referencias con que ya cuenta su catálogo de libros «muy ilustrados». Su pasión es el libro ilustrado para niños, aunque no les hace mucha gracia lo de andar etiquetando las cosas constantemente: «Un libro no deja de ser literatura porque lo lea un niño de diez años. ¿Y quién dice que ese mismo niño no pueda disfrutar leyendo otros libros considerados para adultos? Los niños no son tontos y por eso no hay que tratarlos como tal a la hora de elegir con ellos lo que leen». Su labor de editores, pausada, minuciosa y casi artesanal, les lleva a publicar únicamente tres títulos al año. Son una editorial pequeña y quizá no son los que más venden, pero acumulan tantos premios y distinciones que ya se han convertido en una de las más prestigiosas de Europa. Hace unos días su reedición de la colección ‘Libros para mañana’ (La Gaya Ciencia, 1978) ha recibido el premio en la categoría de no ficción en la feria del Libro Infantil de Bolonia. Un galardón considerado el «Oscar del libro infantil».

Reeditar un libro educativo de hace cuatro décadas y que triunfe es, cuanto menos, curioso.

Los libros ya existían y, aunque estuvieran hechos hace 40 años, tienen unos textos totalmente vigentes en la actualidad. Por eso nos parecía tan apropiado volver a darles vida. Los libros originales se concibieron en un momento, la transición, en el que existía una sociedad civil muy activa. Son unos libros que hoy en día siguen llamando mucho la atención, y el gran valor que tienen es que promueven el debate. De hecho nos llegan comentarios de los niños que trabajan con ellos en clase sobre los temas que tratan los libros.

Y habéis conservado los textos originales.

Para ilustrarlos hemos contado con dibujantes actuales, pero hemos respetado los textos originales con una adaptación mínima. Además, fue una auténtica odisea dar con el Equipo Plantel, los autores originales de los textos. Nos pusimos en contacto con Rosa Regás, que fue la editora de la colección original y ella misma fue incapaz de encontrarlos. La editorial cerró poco después de editar los libros y no se conserva ningún documento que pudiera ayudarnos. Por lo visto, eran tres personas que se unieron para escribir esos libros y no volvieron a hacer nada más juntos. Al cabo de año y medio aparecieron, casi de casualidad, cuando una de sus hijas leyó en la prensa una reseña del libro.

Esta colección sería casi una pequeña excepción a vuestro estilo de trabajo. ¿Cuál es vuestra filosofía?

En la solapa de nuestros primeros libros aparece una especie de declaración de intenciones que hoy, 18 años después, seguimos suscribiendo. Cuando empezamos nos planteábamos poder ayudar a tantos amigos dibujantes e ilustradores que tenían proyectos e ideas guardadas en un cajón a llevarlos a cabo. Al principio hacíamos un tipo de libro que en ese momento no existía. El libro para niños eran casi todo ediciones de bolsillo destinadas al público escolar. La ilustración estaba muy maltratada en estos libros, ya que daba igual que contaras con un espléndido dibujante, porque su obra iba a acabar en una página de apenas diez centímetros.

¿Qué ha cambiado desde entonces?

Hoy en día hay muchísima más variedad donde elegir. Cada año aparecen más editoriales pequeñas como la nuestra, que la mayoría de las veces están promovidas por los propios autores como medio para conseguir sacar adelante sus propios proyectos personales.

¿Eso es buena señal?

Eso lo que implica es un fracaso de la industria editorial tradicional, que ha demostrado que no se interesa en apostar por los nuevos autores a no ser que tengan una garantía absoluta de éxito.

Sin embargo, el libro infantil juvenil mueve mucho dinero.

El negocio de los libros infantiles está en el libro escolar y el libro de texto. Y es un gran negocio al que acceden mayoritariamente un puñado de grandes editoriales que, curiosamente, son en su mayoría de la Iglesia: Edelvives es de los maristas, SM de los Marianistas, Edebé de Don Bosco…

«Editar un libro en condiciones es una cuestión de respeto al trabajo de su autor»

¿Hay sitio para editoriales pequeñas en el negocio del libro?

Hoy el mercado del libro en general es Planeta. Ellos se han hecho con un modelo de negocio internacional. Se ha dedicado a comprar editoriales, a las que mantiene su marca y su catálogo. El mundo del libro asume que ese es el negocio y si no eres capaz de competir con eso ni te atreves a entrar. El problema es que las nuevas generaciones de editores están aprendiendo todo lo malo del oficio y son más buitres todavía que los anteriores.

¿Y vosotros cómo conseguís sobrevivir?

Nosotros nos hemos instalado en la normalidad. Hacemos las cosas de una forma normal, pensando en que los lectores son sensibles y van a ser capaces de apreciar lo que hacemos. Respetamos el trabajo de los autores y les pagamos de una manera adecuada, dejándoles libertad para experimentar con lo que quieran. Nuestra clave es ser pequeños. Hacemos tres libros por año y somos dos personas. Eso nos permite hacer cosas que no podría permitirse una editorial grande.

¿Como por ejemplo?

Una de las peculiaridades de nuestra editorial es que nosotros ‘inventamos’ los libros que hacemos. No nos limitamos a comprar derechos. También tenemos la libertad de no tener que cumplir plazos de entrega estrictos, sino que el libro va haciéndose poco a poco. Vamos hablando con los autores y el proceso se va enriqueciéndose paso a paso. Hay obras que han llegado a tardar diez años en publicarse.

Los editores también sois un poco autores de los libros

Igual que el ilustrador, el traductor, el escritor que ha redactado los textos… Hacer un libro es una obra colectiva y cada una de las decisiones de todos los que participamos en él influye en el resultado final. La figura del editor es muy desconocida. El que decide lo que se publica debe de ser autor también.

No trabajáis con las grandes distribuidoras, no tenéis tiendas físicas y ni siquera tenéis Facebook ¿Cómo os promocionáis?

El hecho de haber ganado premios ayuda muchísimo, porque te da una cierta visibilidad que de otra manera no tendrías, y te da un cierto prestigio. Sin embargo al final suele ser el boca a boca lo que más nos ayuda a vender. Nos gusta mucho también mantener una buena relación con los libreros, y cada vez que sacamos una novedad se la solemos regalar y nos viene muy bien conocer su opinión. Como además son solo tres libros al año tampoco se sienten agobiados.

¿También visitáis a los libreros de fuera de Valencia?

Una vez acabemos los últimos libros que tenemos en marcha queremos hacer un pequeño parón en la producción, para dedicarnos a eso. Queremos viajar por España para conocer y hablar con nuestras librerías amigas y conocerles personalmente.

«La mayoría de los libros infantiles que se editan en España acaban convertidos en servilletas y cajas de pizza»

¿Pero un niño pequeño es capaz de apreciar todo el mimo que hay tras de un libro bien editado frente a uno de bolsillo?

Quizá de entrada no sabrá apreciar cuestiones como la calidad de la impresión o el gramaje del papel. Pero editar un libro en condiciones es ante todo una cuestión de respeto al trabajo de su autor. Por otro lado también es bueno que un niño aprenda que los libros no son objetos de usar y tirar. Enseñarles a cuidar un libro es también una forma de transmitirles valores. Es un problema muchas veces cultural. En una casa donde los adultos leen, los niños también leerán y lo verán como algo normal y divertido. Y esos padres que leen se preocuparán de qué tipo de libros le hacen llegar a sus hijos.

¿Qué puede hacer atractivo un libro para un niño?

Hay tener claro que a los niños les interesan los libros por dos razones. La primera es como juguetes, ya que es algo con lo que va a poder divertirse y entretenerse. Y, en segundo lugar, porque es algo que les ofrecen sus padres, que son personas en las que confían, a las que quieren y que no les suelen fallar. Si los padres no se preocupan en qué tipo de libros hacen llegar a sus hijos es difícil que estos acaben aficionándose a la lectura.

¿Y eso pasa mucho aquí?

En España se concibe el libro infantil hasta los siete años. Es como si a partir de esa edad el libro fuera algo menos importante relegado solo al ámbito de la escuela. En el resto de Europa no suele ser así, sino que no existe ruptura y la literatura es infantil y juvenil, porque el niño no deja nunca de leer. Igual que juega acompañado de sus padres, también lee con ellos, y cuando es adolescente ya es un lector habitual y no es necesario presionarlo para que lea ni imponerle nada.

¿Sin embargo se produce mucha literatura infantil?

Cada año en nuestro país se editan aproximadamente 11.500 títulos nuevos. Y, sin embargo, en el mercado internacional lo único que se hace es adquirir derechos de libros extranjeros, en vez de promocionar nuestras obras.

¿Y donde acaban todos esos libros que se producen aquí en España?

La mayoría de ellos triturados y transformados en servilletas de papel o cajas para pizza. Las tiradas suelen ser de dos o tres mil ejemplares, y el libro funciona como novedad. Cuando el libro deja de ser novedad es como si hubiera dejado de existir. Si al cabo de un tiempo siguen quedando excedentes de esos libros, las editoriales prefieren destruirlos antes que tenerlos ocupando espacio en un almacén: «¡Hay que dejar hueco para las novedades!».

Sin embargo, parece que a géneros como al cómic se les vuelve a dar importancia.

Eso no es del todo cierto. Si te fijas, hoy en día el cómic de toda la vida que podías comprarte en un quiosco ha desaparecido. Lo que ahora muchos llaman novela gráfica, no deja de ser un cómic pero mejor editado. En otras épocas el tebeo era una opción para los dibujantes de poder vivir. En nuestro país, la industria del tebeo llegó a ser muy importante. En Valencia concretamente había grandes dibujantes que hoy son completos desconocidos. Muchos de ellos trabajaban para Dinamarca dibujando páginas del Pato Donald. Recibían los guiones por correo y devolvían las páginas dibujadas.

¿Por qué en vuestro catálogo no hay libros en valenciano?

Al ser tan pequeños no tenemos capacidad para hacer una tirada de los libros en cada idioma, y se da el caso de que en la Comunitat Valenciana apenas nos compran libros. Aunque suene raro nuestro principal mercado está en América. En 18 años todavía nadie ha venido a proponernos una sola traducción de nuestros libros al catalán, y sin embargo en México vendemos miles de ejemplares. Eso es algo que da que pensar.